Eduardo Dalter nació en Buenos Aires en 1947. Poeta e investigador cultural. Publicó numerosos libros de poemas y de estudios, en el país y en el extranjero; entre otros, su antología poética “Hojas de ruta” (2005). Impartió seminarios de poesía continental en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y hacia mediados de 2013 dio charlas y lecturas en colegios y en otras instituciones a lo largo de la geografía italiana. Reside al sur de su ciudad natal.
5 poemas del libro de próxima aparición: PAPELES EN LA NOCHE Y OTROS POEMAS (Buenos Aires, 2012 – 2013)
EL HOMBRE DE BOLSO AL HOMBRO
El hombre de bolso al hombro que va
en el estribo,
agarrado como puede, y ve pasar las
vías
velozmente, con sólo abrir su mano
llegaría
no a la próxima estación sino al otro
mundo,
el mundo ciego que lo mira, en la
mañana
temprano, casi noche, y en la tarde.
Pero
él sigue, y el país sigue, en el férreo
estribo
de estos años, entre señales y señales,
soberbias
y soberbias, canciones y canciones,
esperando
que no llueva ni truene, y en llegar a
la estación,
aunque con una tristeza que, a fuerza
de sola costumbre,
ya es casi una alegría que merece un
festejo.
FURGÓN DE CARGA
En el oscuro furgón de carga,
repleto
de bicicletas viejas y triciclos,
viajan
los cansados y los desolados
del tren.
Hablan a media lengua, en
un lunfardo
duro, en voz alta, mientras
sube
un espeso olor a yerba, que
comparten.
Pero en el fondo, reina el
vacío,
que el país de estos años
inventó.
Hay momentos en que crece
el silencio,
que se hace de piedra en los
rostros,
mientras las estaciones van
pasando,
y es como si todos dijeran
algo
íntimo y muy triste a la vez,
que nadie escucha.
EL VENDEDOR DE CIDÍS
El vendedor de cidís (o compact
disc,
como antes se decía) subió en la
estación
Hospital Español, con su módico
equipito
de sonido y con su surtido breve
de música amorosa.
Y mientras el viejo tren avanzaba
entre basurales, rancherías y
campo abierto,
él también avanzaba y le subía el
volumen
a esos temas de amores furtivos
e increíbles.
Dos pasajeros que estaban cerca
de la puerta,
uno con una bicicleta oxidada y
una gorra,
y otro enfundado en un poncho
devastado,
escuchaban felices y lo llamaron
con chistidos
cuando los vagones iban dejando
los baldíos
que una muchacha sentada veía
pasar
mientras movía graciosamente
la cabeza,
como si estuviera enamorada o
algo así,
o como si un poema encantado
estuviera comenzando.
EN VILLA ELVIRA
En Villa Elvira, el agua torrencial
que bajaba
para comerse todo, sólo se podía
llevar
maderas viejas, chapas oxidadas,
bolsas
plásticas amontonadas; algún
colchón
maloliente, una mesa plástica,
algún catre
y a los tres viejos perros de la
cuadra;
no más; porque eso era todo,
además
de todas las lágrimas del barrio.
POSTAL
Resuena la música
desde el galpón
de chapas, que luce
su cartel
iluminado por dos
luces
mortecinas, en la
esquina
donde se juntan las
dos zanjas,
una que llega al
espeso
riachuelo y la otra
que se pierde
entre baldíos. Aún
no llegó
nadie, excepto esos
perros
que están ahí como
esperando
a alguien, o que
comience
el festival bailable,
que por aquí,
se ve, tiene ese
telón
de fondo, mientras
los colectivos
pasan raudos y
semivacíos
por donde un día,
acaso,
entrará con su viento
el futuro.